Concepto: La fidelidad es la lealtad hacia una persona. El término proviene del latín fidelĭtas y también permite hacer referencia a la exactitud o puntualidad en la ejecución de una acción.
La fidelidad es la virtud para dar cumplimiento a una promesa. Cuando un hombre se casa con una mujer, le promete fidelidad (y viceversa). Se trata de un acuerdo que implica una serie de responsabilidades y que no debería ser violado por ninguna de las partes. La fidelidad es un valor: Moral
La persona fiel es aquella que cumple con sus promesas y mantiene su lealtad aún con el paso del tiempo y las distintas circunstancias. La fidelidad supone seguir un proyecto de vida que fue establecido a partir del acto de la promesa.
La fidelidad en un matrimonio puede ser una obligación moral (quienes están casados en un rito religioso deben obedecer el mandato de Dios) o legal (cuando es el Estado el que certifica la unión). Por eso, quienes son infieles pueden ser castigados de acuerdo a la normativa vigente. En la antigüedad, incluso, existían castigos corporales y torturas a los infieles.
Al trascender la relación de pareja, la fidelidad es una virtud que nace a partir del respeto por la confianza que una persona deposita en otra. No sólo se debe ser fiel en el amor, sino también en la amistad y el deber, por ejemplo.
Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja.
La fidelidad es un valor fundamental. Ya hemos escrito antes del valor de la lealtad que se aplica muy directamente con amigos, amistades, familiares y compañeros de trabajo. Sin embargo la fidelidad como valor se aplica más directamente a las relaciones de pareja entre novios y entre esposos, y hoy hemos querido profundizar en este tema, porque no es necesario sufrir la infidelidad de la pareja para entender que este es un valor fundamental.
Una de la peores consecuencias de la falta de fidelidad o lealtad se puede ver en el rostro de los que luego se arrepienten y ya nada pueden hacer. Los rostros de los infieles y de los engañados llevan una marca de amargura muy dificil de borrar. Por eso para evitar vivir una vida llena de verguenza y amargura lo mejor es vivir en completa integridad. El engaño a otros inevitablemente nos va a rebotar y a la larga los perdedores seremos nosotros mismos.
Fidelidad en una relación de amistad: Si bien, en el inicio de los tiempos, el abanico de tareas que ocupaban al hombre se limitaba necesariamente a las indispensables para vivir: comer, respirar, en el mundo moderno las posibles actividades en las que pueden embarcarse las personas son prácticamente infinitas: desde colaborar en el diseño del airbus A-380 o del Discovery hasta echar la partida de dominó con los amigos, pasando por el desarrollo de teorías matemáticas, oír discos, hacer barbacoas, puzzles y un etcétera largo como un día sin pan.
La amistad es, pues, una relación simbiótica que se funda para obtener respectivamente algo de otro . Una relación de amistad desequilibrada no se prolongará mucho en el tiempo a menos que uno de ellos –o ambos- estén, a su vez, desequilibrados. En las relaciones de amistad normales diríamos que una de las partes incurre en infidelidad cuando sacrifica los beneficios que obtiene de una relación y los que prevé que obtendría en un futuro por los beneficios que espera de otra relación potencial.
En otros términos, dejar a un/a amigo/a por íntimo por otro/a nuevo del que se espera obtener más –en términos afectivos, intelectuales, económicos, etc.- sería incurrir en una deslealtad, o lo que es lo mismo, serle infiel. Pero quizá el ejemplo más claro de infidelidad se plantee en una situación de conflicto de intereses entre los propios y los de amigo, pero sin que se prevea que tal conflicto acabe con la relación. Si en tal conflicto se opta por satisfacer un interés propio puntual en perjuicio de un interés mayor del amigo a pesar de que quizá a largo plazo el balance de lo que se da y obtiene a/del amigo fuera positivo, diría yo que se ha incurrido en una infidelidad.
En suma. Las relaciones de amistad imponen la necesidad de incurrir en sacrificios puntuales, y aquél que declina asumir ese coste estaría rompiendo su debida lealtad y fidelidad.
Fidelidad en una relación de pareja: La relación de pareja se caracteriza por reunir varios de los elementos de las dos relaciones que acabamos de describir. Es una relación tendencialmente perpetua y, por ende, mucho más sólida, en la que ambas partes se juegan mucho y renuncian a la libertad a favor de algo que, evidentemente, compensa esa renuncia . La relación se basa en la afectividad, el cariño, la confianza mutua, el respeto y en la admiración por alguna o varias de sus cualidades, pues estos son los mimbres en los que se gestará la futura familia.
Si definimos la fidelidad en la pareja como la lealtad a los valores fundamentales que inspiran esa relación, habremos de inferir por fuerza que en la relación de pareja una de las partes incurrirá en infidelidad en el momento en que conculque uno de tales principios.
¿Dónde se coloca la fidelidad? ¿En qué grupo podemos situarla?
La fidelidad no es un valor que se mire a sí misma, que se quiera porque sí, sin más.
Se es fiel a un amigo, a la esposa o esposo, a la empresa donde uno trabaja, a la patria, a la humanidad. La fidelidad acompaña a muchos valores que definen al hombre en su núcleo central, para el bien o para el mal.
Porque también hay personas que son “fieles” a su jefe criminal, al chantajista que pide negocios deshonestos, a la cita puntual para vender droga o para gastar el dinero de la familia en unas cuantas cervezas de más.
En estos casos la “fidelidad” queda deformada, dramáticamente, hacia vicios y males que son capaces de dañar a los demás y de destruirnos, poco a poco, a nosotros mismos.
Así que existen dos fidelidades. O, mejor, una fidelidad auténtica, al servicio del bien, y una caricatura de la fidelidad, siempre manchada por la mentira, la avaricia, el robo o el crimen.
¿Y cómo se construye la fidelidad auténtica? Todo depende, sencillamente, de la fuerza del amor que reina en el propio corazón.
Si uno ama de verdad a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, sabrá ser fiel a sus compromisos.
No quiere ser fiel porque sí. Quiere ser fiel para dar una respuesta de amor a aquellos a los que debe algo, a los que quiere ayudar, a los que aprecia y venera en lo más profundo de su corazón. Conforme más débil es el amor, menor es la fidelidad. Las traiciones matrimoniales responden de un modo bastante exacto a esta ecuación.
Por eso hay que evitar el error de querer ser fieles a toda costa, incluso sometiendo el amor como un medio para lograr la fidelidad.
No se ama para ser fieles: se es fiel para amar más y mejor. El amor construye la fidelidad para incrementar el amor.
Podríamos decir que la fidelidad es sólo un momento de paso del amor hacia el amor.
Cuando llega la prueba, cuando se asoma otro hombre u otra mujer, cuando uno se cansa de sus hijos pequeños o de sus padres ancianos, es entonces cuando el pequeño amor que tengamos nos ayuda a decir no a la deslealtad y sí a la fidelidad.
Superada la prueba, el amor puede crecer, hacerse luminoso, limpio, radiante, capaz de suscitar envidia en quienes observan las vidas de tantos hombres y mujeres que no ceden a la tentación de una trampa, porque en su corazón hay algo mucho más grande y más fuerte que la búsqueda de un placer provisional y despreciable.
La verdadera fidelidad está en crisis porque quizá hemos dejado de vivir a fondo el amor. Notamos el síntoma de una enfermedad profunda, que nos hiere un poco a todos, que nos carcome, debilita y empobrece.